con una espátula
Desde hace meses, Ana María Cerón, jefa de asuntos humanitarios de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), está en Meteti, una localidad panameña a la que llegan cada día miles de migrantes que se atreven a cruzar la selva del Darién. En un día, ella y su equipo tuvieron que atender a cinco sobrevivientes de violencia sexual. Recordaba uno de una manera especial.
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Era un ciudadano venezolano que viajaba solo y en condiciones precarias, sin dinero suficiente, a la frontera de Estados Unidos, que podía costar entre 5.000 y 10.000 dólares. La mujer ni siquiera tenía una tienda de campaña para pasar la noche y corría el riesgo de dormir a la intemperie y posiblemente ser agredida sexualmente nuevamente. Cerrone logró encontrar un lugar para ella en una pequeña casa compartida con otros inmigrantes. Su historia es una muestra de las tragedias que los años y días de los migrantes sufren de cierta manera a lo largo de un trayecto que puede llevar meses.
Según datos de MSF, los casos de violencia sexual contra mujeres migrantes van en aumento en lo que va de 2023. En 2022, la ONG sumó 172 víctimas, y en tan solo siete meses de este año ya han registrado 174 personas, sin contar que el subregistro en este tipo de incidentes puede ser sumamente malo. “Muchas veces las sobrevivientes, por temor a ser juzgadas por la violencia que vivieron, por el sentimiento de culpa que genera, no denuncian”, dice Cerón.
Pero dejando de lado los prejuicios, los sobrevivientes generalmente se niegan a denunciar las amenazas de sus atacantes, que van desde coyotes, que cobran a los migrantes para cruzar la frontera ilegalmente, hasta ladrones de bosques comunes o miembros de las autoridades. Sin embargo, en otras ocasiones el sufrimiento es tan grande y apremiante que denunciar la violencia sexual que sufren no es una prioridad. El trabajador humanitario agregó: “Después de que llegaron, no comieron durante días, podían enfermarse porque no tenían acceso a agua potable, sino agua contaminada. Así que tienen mucha más demanda”.
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