En la madrugada del 20 de octubre, bajo las tenues luces que apenas iluminan las desiertas calles de Caracas, el coronel Pedro Telechea, ministro de Petróleo y presidente de PDVSA, miembro del clan de los hermanos Rodríguez, fue sobresaltado por un fuerte golpe en la puerta. A puertas afuera, los hombres de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), poseedores de un poder indomable, esperaban sin emoción, ejecutando una orden que ya formaba parte de la compleja coreografía de traición y equilibrio que sustentaba al régimen.
El aire espeso en la asfixia de la crisis infinita lleva susurros de conspiración. Telecchia, que alguna vez fue una figura clave en los complejos corredores de PDVSA, ahora era solo una pieza más en el tablero cambiante de un juego de poder que Nicolás Maduro manejó con mano temblorosa. Las acusaciones hablaban del suministro del sistema de control de la petrolera estatal a fuerzas oscuras del norte, como si ocultara la maldición que mantenía alejada a Venezuela.
Diosdado Cabello, como cualquier otro Fouché cuya sombra se extiende hasta los rincones más profundos del chavismo, parece desde lejos alguien que sabe que el control real no proviene del trono, sino de las sombras. Su reciente ascenso al Ministerio del Interior no fue más que un paso más en ese juego interminable de traición y lealtad fugaz que ahora le permite ejercer influencia sobre los hermanos Rodríguez, especialmente sobre Jorge, acusado internamente del desastre electoral del 28 de julio. , colocado en el sótano de la DGCIM a sus confidentes en el sector petrolero. Mientras tanto, Maduro está atrapado en su propia red, tratando de sostenerse a cualquier costo, entregando a sus propios hombres cuando fuerzas ocultas reclaman el poder.
Mientras tanto, el país observa su propia decadencia, casi en silencio. En cada rincón, la queja de Tarek William Sabre resuena como un grito desesperado, acusando incluso a los aliados más cercanos de traición. La paranoia de quienes gobiernan desde la incertidumbre, que ven enemigos en cada sombra. Y entre maniobras internas, las purgas del aparato de seguridad que sacaron al general Iván Hernández Dalla y al mayor general Gustavo González López de la DGCIM y del SEBIN, tarea en la que el ministro de Defensa, el mayor general Vladimir Padrino López, quién sabe si enviando una señal, le ató las manos. y pasó el trago amargo para que no sea aplaudido este anuncio depurador de Maduro. Un diagrama que muestra un régimen que, cuanto más puro es, más débil se vuelve. Cada despido, cada arresto, es un clavo más en el ataúd de un sistema que parece cerca de su fin, como lo demuestra el portazo que recibió Maduro del representante de Brasil, Celso Amorin, cuando intentó que Venezuela fuera aceptada en el BRICS, el espacio de Putin. que parece estar impulsando sus intereses con historias multipolares contra el descontento de Lula y Xi Jinping.
Así, en el laberinto de las conspiraciones, Pedro Telecchia no es más que un sacrificio más en el altar de un poder que se estanca bajo el peso de sus propios fantasmas. Y mientras la maquinaria chavista seguía su curso, el país se preguntaba, como una tragedia anunciada: ¿Cuándo llegará el inevitable fin?