Hace 30 años se decidió implementar la recién promulgada Ley Nacional de Cinematografía y se ordenó la creación del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (Cnac), para, entre otras cosas, diseñar lineamientos generales de principios cinematográficos, firmar contratos encaminados al desarrollo de producciones. , distribución, exhibición y promoción de obras nacionales dentro y fuera del país; Fomentar la construcción y protección de salas de exhibición, estimular la diversidad de fuentes de obras cinematográficas extranjeras y promover la calidad artística y cultural relevante; Promueve el desarrollo profesional de su personal y trabajadores independientes que se desempeñan en la industria cinematográfica, por ley, y más.
Muchas cintas se han cortado desde entonces, y hoy, en un país plagado de turbulencias políticas y rodeado de progreso tecnológico, con dificultades para acceder a los recursos, un bloqueo económico que afecta directamente a sectores e imaginarios que no responden en absoluto. Según Carlos Azpurúa, quien dio origen a la institución, es necesario modificar la ley.
Para el presidente del Cenac desde hace 3 años y medio, este es el objetivo final de su turbulenta gestión, aunque, como diputado de la plataforma Causa R-PPT, es un parlamentario que discutió en el ex Congreso Nacional. A favor de la declaración de la Cuarta República.
Yo hablo a Caracas (1981), Disparen a Matar (1991) y Amanecer de Golpe (1997), según sus propias palabras, fueron las etapas más difíciles de su vida, donde le tocó estar. Conducir políticas públicas en un sector de grandes contrastes, gran orgullo y feroz conflictividad.
Lo dice, en el tono no lingüístico al que están acostumbrados sus interlocutores, actitud que le ha ayudado a afrontar el trago amargo con voluntad de hierro y don para el boxeo, pues advierte que no nació para tener miedo. “Aquí luchamos: la realidad política nos separa, pero sabemos que la evolución del cine pasa por una extraordinaria y profunda reforma del derecho cinematográfico según dinámicas fundamentalmente jurídicas. es decir, reformas o nuevas leyes.
Entre otros rasgos distintivos de su gestión, Azpurúa destaca un aumento del 600% en la recaudación del Fondo de Promoción y Financiamiento Cinematográfico (Fonprosin), instrumento que profundiza sus políticas de financiamiento al cine venezolano enfatizando la labor de apostar al cine como referente de nuestra identidad. .
Su enfado estalló al recordar el uso político del festival de cine venezolano de Mérida que premió el año pasado la película Simone, de Diego Visentini, que lo dejó con el dilema de lidiar con una derecha que controla los medios y el sectarismo de algunos. El gobierno razona que pide su prohibición, que, según dice, podría causar un daño aún peor.
“Verdaderos revolucionarios”, advirtió enérgicamente, y estableció como hecho razonable que su rumbo durante más de tres años había sido un acto de militancia, ya que cuando llegó, el Cnac estaba detenido y casi en la ruina. “Reconstruí esta institución”.
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Algunas situaciones que no se ven, pero se sienten, son inquietantes. Venezuela es miembro del programa Ibermedia, una organización multilateral que estimula la producción cinematográfica en el mundo y tiene un gran impacto en el cine regional. Debido al embargo, nuestro país no tiene forma de renunciar a la cuota de participación y por tanto queda fuera del contrato.
“Tenemos dinero y no sabemos cómo pagar, pero la película continúa, al igual que iniciativas como el programa Doing Through Education que se estableció con la universidad y otros socios y que nos permitió hacer 9 películas”. Mientras tanto, sigue construyendo tejido con su equipo y su pasión.