Según una encuesta sobre el envejecimiento de la población en Venezuela realizada por CONVITE, entre 500.000 y 600.000 adultos mayores viven solos y el 67% de los adultos mayores ganan entre $10 y $50 al mes.
Autora: Gabriela Magilbray Yhonay Díaz | María Virginia Chasin Louis Joan/La Nación
Dicen que envejecer es como escalar una montaña, que a medida que vas subiendo vas perdiendo energía. En Venezuela no se trata solo de escalar ese pico, el camino se vuelve más empinado a cada paso, producto de la crisis económica que afecta el normal funcionamiento de los ciudadanos y más de los que llegan a los adultos mayores.
Y es que, llegar a los abuelos no es fácil, a medida que el cansancio y las enfermedades propias de la edad empiezan a pasar factura, también se requiere una alimentación especial. Pero a esto hay que sumarle la alta emigración de venezolanos -según la Plataforma Interagencial R4V coordinada por ACNUR se estimó en mayo de 2023 en 7.239.958 personas- que van a buscar mejor fortuna en el exterior, lo que ha provocado que varios ancianos prácticamente abandonen sus fortunas en el país.
olvidado en el tiempo
Bajo este escenario, debe entenderse que el envejecimiento es una condición natural que necesita ser entendida pero principalmente apoyada tanto médica como humanitariamente. Según la organización no gubernamental Convite, un estudio sobre el envejecimiento de la población en Venezuela encontró que cerca de 4,5 millones de adultos mayores se encuentran en un estado de salud y nutrición claramente vulnerable.
Según la misma asociación cívica, entre 500.000 y 600.000 ciudadanos mayores de 70 años viven solos y el 67% de los adultos mayores gana entre $10 y $50 al mes. La mayor parte de estos ingresos proviene de las pensiones que entrega el Instituto Venezolano de Seguridad Social (IVSS), a mujeres mayores de 55 años y hombres mayores de 60, que ascienden a 130 bolívares, unos 4,91 dólares. Durante este informe, el Banco Central de Venezuela (BCV) Dr.
“Necesitaba trabajar en la calle, no tengo el apoyo de mis familiares, venimos de Valencia, vivo con mi mamá”, dijo Javier Darío Hidalgo, quien a sus 51 años aún no es clasificado como adulto mayor. , pero hoy todos los días va a trabajar como informal su madre, una anciana cuyo único sustento económico es su hijo.
“Lo poco que se vende es para el día, en este momento yo no recibo pensión, ella (su mamá), pero no alcanza para nada. Vivimos en San Josecito, vamos todos los días en bus al trabajo, agregó el entrevistador, quien vive en la Plaza de San Cristóbal. Bolívar habla en nombre de su madre desde un puesto callejero, de quien alega que recibe ayuda humanitaria en territorio colombiano. “En Kukuta nos ayudan con medicinas, pero es difícil ir por las carreteras caras”.
las casas estan llenas
Uno de los trabajos más admirables que se realizan en favor de los mayores es el de los diversos homas existentes en la entidad. Funcionan gracias a la cooperación de empresas privadas y públicas, ganaderos, diversos comerciantes y la comunidad en general, quienes aportan de una u otra forma a estos lugares encargados de brindar albergue y alimentación a los adultos mayores que lo necesitan.
“La situación en los hogares cada día es más difícil, para nadie es un secreto que la situación que se vive para poder obtener bienes de consumo en la comunidad, la primera necesidad, a la vez, hay que entender que trabajamos con personas, desde el tercero hasta condiciones precarias de salud, enfermedades graves, enfermedades terminales y otras que carecen de albergue”, dijo Carlos Fuentes, abogado de la Diócesis de San Cristóbal.
En ese sentido, el abogado afirma que el Estado venezolano está haciendo poco para reducir la responsabilidad de estos centros. “Conseguimos proteína cuando algunos ganaderos nos la suministran, nos dicen que nos van a ayudar mandando una vaca”, explica.
Y lo son, a lo largo de la geografía tachirense, casas como San José de la Grita de las Hermanitas de la Candelaria, Carpintero de la Montaña del Padre Franco Langer, San José de Bolívar, San Martín de Porres las Dominicas. Rubio, Colinas de la Esperanza en Palma de la Copete en el municipio de Torbes, Casa María Madre de los Pobres en Zorcar; Además de instituciones dentro del centro de la ciudad como Casa Hogar Medarda Pinero, Casa Hogar San Pablo o Hogar de Ancianos Padre Lizardo; Todo con un mismo fin: ofrecer ayuda a las personas mayores que lo necesiten.
Comercio informal: una alternativa a la crisis
Ante la imposibilidad de encontrar empleo por la edad, algunos adultos mayores no tienen más remedio que recurrir a oficios informales. En todo San Cristóbal, los vendedores ambulantes que ofrecen sus bienes o servicios se observan principalmente en la zona centro y entre la terminal de pasajeros La Concordia con un indicador común: una gran proporción son personas de la tercera edad.
Uno de ellos es José Antonio, que a sus 60 años sigue practicando el arte que aprendió desde muy joven: la reparación de calzado. Con un pequeño puesto en el centro de San Cristóbal, puede sumar de 30 a 40 mil pesos colombianos (entre 7 y 9,30 dólares) para cubrir los gastos del día. »
Por la obligación, le toca a uno, si no, nadie lleva el dinero a casa. Trabajo solo y nadie quiere nada, a veces dos, tres o cuatro (pares de zapatos) vienen lentamente. Es suficiente para lo básico”, dijo la fuente, quien viaja diariamente desde su casa en el barrio de Lourdes hasta Plaza Bolívar, su “lugar de trabajo”.
Los datos de Convite muestran que el 91% de los adultos mayores encuestados piensa que vivir en Venezuela es bastante caro, además, solo el 2% de los mayores de 55 años gana más de $100 al mes.
“El hogar no es el almacén de los abuelos”
Uno de los principales problemas que aqueja a las personas mayores es el olvido de sus familiares. Tanto los que se dedican a la venta ambulante o colaborando en la carretera, como los que se encuentran en centros de mayores, parecen quedar al margen de sus seres queridos.
“Con un 92% de familias dejando a sus ancianos en casa y un 8% pendientes, ocho o diez familias de un universo de 90 abuelos pueden visitarlos, el resto los abandona. Tenemos abuelos que no hemos conocido a sus familias. Tuvimos un problema después de su muerte porque se requería una identidad y hasta tuve que buscar a los comisionados del Cicpc para enviar a nuestros funcionarios y poder demostrar quién era para poder enterrar ese cuerpo”, dijo Fuentes, quien desde su trabajo en la diócesis ayuda a los ancianos, pues Tachirens sigue de cerca la realidad del Instituto.
Ya sea intencionalmente o no, muchas personas mayores son perezosas y tienen que llegar a fin de mes. “La situación de los mayores nos tiene contra la pared, nuestros hijos se van de Venezuela y nos quedamos solos. Soy hipertenso, sufro de artrosis y circulación sanguínea, tengo varios problemas de salud y tengo que comprar medicamentos, entonces tuve que salir a comprar medicamentos para poder vivir unos años más, porque nadie quiere que muera. , quiero vivir 100 años. Quiero e insisto para seguir”, dijo Xiomara Valle, de 69 años, quien trabaja en las calles por el ingreso diario.
Aunque tiene un hijo en el extranjero, un accidente lo deja discapacitado y poco puede hacer para ayudarla: “Empieza a trabajar y la atropella un coche”, cuenta.
Un testimonio que refleja la perspectiva de muchos abuelos, que reciben poca ayuda de sus familiares fuera del país, que apenas llegan a fin de mes. Sin embargo, Giomara pronosticó una mejora en la situación de Venezuela.
“La situación es caótica pero hay que seguir adelante y sobrevivir, no se puede perder la esperanza. No esperemos al gobierno, somos lo que necesitamos en este país y tenemos que luchar por ello, la desunión es la razón por la que somos lo que somos”, expresó.
Una realidad que coincide con Cruz Hernández, otros trabajadores informales del centro de la ciudad: “Si no trabajas, ¿dónde está tu ganancia? Es hora de seguir trabajando hasta que Dios nos dé fuerzas. Tengo hijos, pero están lejos, en fin, como sea, ellos tienen obligaciones y no alcanzan, yo tengo una pensión, pero no alcanza para nada, igual estoy agradecido con este país, porque yo -que soy de Colombia-, estaba Yo soy pensionista, no me dieron ninguna ayuda”, resaltó el hombre de 62 años.
A pesar de su noble labor, las casas poco pueden hacer sin el apoyo de sus familias y de las autoridades venezolanas.
“Las casas no son hospitales, ni son bodegas para los abuelos. Son casas donde buscamos la forma de cobijarnos, de ayudar, no tenemos apoyo del gobierno”, dijo el abogado.
Los que vagan sin rumbo
Mientras que oficialmente solo se revisa a los que están en casas de acogida o a los que trabajan en la economía informal, existe otro grupo numeroso de abuelos que simplemente caminan por las calles buscando algún tipo de ayuda, muchos sin hogar ni refugio para pasar la noche. . La mayoría de ellos van al centro de asistencia para personas mayores solo para conseguir algo de comer.
“No tengo los números, pero varios (que están en la calle), por ejemplo, 38 a 40 personas vienen todos los días a Medarda Pinero en Casa Hogar en la ciudad. Hay jóvenes y señoritas que no tienen qué comer ni adónde ir”, explicó el vocero del cuerpo eclesiástico.
Por el momento no hay solución a este gran problema. El pasado lunes 29 de mayo se conmemoró el Día Nacional del Adulto Mayor y aparte de algunas publicaciones en redes sociales relacionadas con la fecha por parte de organismos gubernamentales, aún no hay planes que realmente ayuden a esta población.
“En casa necesitamos techos, canales, cloacas, agua limpia, medicamentos, pañales, artículos de limpieza, necesitamos alimentos, cereales, proteínas. Esperamos que tomen más en cuenta a los hombres y mujeres que han dado todo y han un compromiso porque la obligación es esencialmente del Estado venezolano”, concluyó Carlos Fuentes.
Por ahora, las calles y asilos se llenarán de abuelos desamparados y personas en condiciones extremas tanto de salud como de alimentación. Otro problema se deriva de una situación económica deprimida. Mientras fuera y dentro del país, muchos de sus hijos y nietos luchan por salir adelante en circunstancias adversas; Otros esperan con una sonrisa en el rostro sus sesenta, setenta, ochenta o noventa años, para recuperar un poco de gratitud antes de terminar su andadura terrenal.
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