En “Megalodón 2: La Fosa”, no pasa gran cosa a nivel argumental. Todo ocurre muy pronto y va directo al punto: de nuevo, las temibles criaturas acuáticas — porque en esta ocasión son varias — atacarán a los desprevenidos héroes centrales del argumento. También a los villanos, encarnados en la ya conocida amenaza corporativa. Y habrá que salvar al mundo. O al menos evitar que cualquiera de los esforzados héroes o temibles villanos sean devorados por tiburones de tamaño gigante.
Lo que sí ocurre es una sucesión de exageradas y vistosas secuencias, plagadas de malos efectos especiales, que convierten a la película en un espectáculo visual abrumador. Ambientada seis años después de los sucesos de la primera, cuenta cómo el Centro de Oceanografía de Hainan debe afrontar las consecuencias de haber descubierto la existencia de los megalodones. Al otro extremo, la forma en que ese hecho cambió el mundo a varios niveles distintos. El más llamativo, dejar claro que el fondo del mar es tanto una dimensión por completo nueva de la naturaleza como un lugar rico para la explotación minera.
Pero lo que comienza como la insinuación de una trama que podría haber sido más elaborada, termina por ser un desborde de exploración en un océano como un escenario casi intergaláctico. El director Ben Wheatley utiliza los recursos a su disposición para hacer de la secuela un digno ejemplo de lo que Hollywood imagina — aún — es una historia exitosa.
Más grande, más estrafalaria, con un conteo de monstruos cada vez más abultado, «Megalodón 2» es el ejemplo de todos los errores que llevaron a Hollywood a una situación crítica. El gran negocio de entretener pasó a ser el de llenar la pantalla grande con un despliegue tecnológico vacío y hueco, lo que parece estar dejando a su paso una buena cantidad de interrogantes sobre el futuro del séptimo arte.
El fracaso inevitable
La cinta parece resumir una tendencia que durante el preciado verano de los blockbuster, fue más evidente y peligrosa que nunca. Desde el bajo rendimiento de “Transformers: el despertar de las bestias” hasta el directo fracaso total de “The Flash” y de “Indiana Jones y el dial del destino”, pasando por la decepción en recaudación de “Misión imposible: sentencia mortal — parte 1”, todos los grandes estrenos chocaron contra una indiferencia del público más que preocupante.
A excepción, claro, del fenómeno “Barbenheimer” que transformó a “Barbie” y a “Oppenheimer” en instantáneos éxitos de taquilla y de “Sound of Freedom” y su fenómeno polémico, los meses más lucrativos del año para la industria del cine norteamericano demostraron qué tan extenuado se encuentra el mercado. A la vez, que la audiencia está en búsqueda de algo más elaborado que simples espectáculos acrobáticos, secuelas interminables con universos intricados o entregas tardías de sagas anticuadas. Todo, mientras la meca del cine atraviesa una huelga que amenaza con extenderse por lo que resta del año y paralizar todos los estrenos, producciones y proyectos de buena parte del siguiente lustro.
De modo que la torpeza de “Megalodón 2: La Fosa”, preocupa. No solo por repetir y aumentar los errores conocidos, sino por hacerlos más obvios y puntualizar que la fórmula del cine del entretenimiento terminó por erosionar el secreto de su triunfo. Con villanos ineptos, un héroe ridículo y una colección de efectos especiales que van de cuestionables a simplemente malos, la película es todo lo que no se debería hacer en el género de acción y fantasía. Al argumento, ni siquiera lo rescata el sentido del ridículo de producciones semejantes, sino que se deja llevar por la idea plana de una batalla — simbólica y con armas — entre el bien y el mal.
Lo más probable es que «Megalodón 2» termine por ser otro de los títulos desechables en un año lleno de ellos. Sin embargo, hay algo más preocupante y duro de la lección que la audiencia brinda a Hollywood, quizás sin saberlo. Los tiempos en que una historia ridícula sostenida por grandes efectos especiales eran una inversión segura, quedaron atrás. Ahora, Hollywood debe enfrentar a un nuevo público, tan imprevisible como crítico.